domingo, 26 de junio de 2011

UN CUENTO DE CABALLOS


Juan, que nunca había subido a un caballo, salvo quizas en su infancia a un caballito de madera, estaba de vacaciones en Villa Gesell. Ya desde un mes antes soñaba con andar a caballo y se veía al paso, al trote, al galope y finalmente corriendo carreras como un jockey consumado.
Era un hermoso día  y el Sol desde lo alto daba alegría a lo hombres y a las cosas.
Juan se acercó al lugar donde estaban cuatro o cinco criollos y una veintena de caballos de alquiler, y con esa suerte de superioridad, de orgullo, de no se sabe bien qué, que tienen muchos porteños,  desde unos diez metros gritó:
“Quiero un buen caballo, que sepa correr, y que no sea mañero”. Don Zoilo, el principal del grupo. lo miró de arriba abajo y le contestó:“así que había sido de a caballo el mozo. ¿Ha sabido correr en alguna cuadrera?”                                                                                   
“Sí, en San Antonio de Areco para las Navidades” mintió Juan.
“Entonces te vo’h a dar un caballo que por lo ligero que es le pusimos de nombre El Rápido. Pero me tenés que prometer que lo vas a tratar bien. No le pegues a lo bestia. Y no me lo traigas todo sudado como acostumbran hacer ustedes los puebleros. ¿vos querés a los caballos?”,   “Sí claro”,  mintió por segunda vez Juan.
Le palpitaba fuerte el corazón cuando después de recibir la fusta se dirigió con paso firme hacia El Rápido que Don Zoilo le señaló con la mano.  “Precisa’ h ayuda pa montar” peguntó Don Zoilo paternalmente.” No gracias, me basto sólo.” Y ahí empezaron las desgracias del pobre Juan,. porque erró el lado de montar que como todo el mundo sabe no es el del lazo sino el otro.
Cuando estaba por volear la pierna izquierda oyó que Don Zoilo le decía sin enojo, más bien con lástima: “ Patroncito, por el otro lado es la cosa” entre un coro de carcajadas de los otros criollos.
Ya montado le dijo en la oreja al caballo: “Vamos Rápido, ahora mismo, al paso”. Pero el caballo no se mosqueó mientras transcurrían veloces los minutos a razón de $ 20 la hora.
Los caballos resuelven en una fracción de segundo el problema nada trivial que se les plantea cuando un humano se monta sobre su lomo. Este problema tiene dos soluciones posibles y sólo dos: el  caballo abajo y el jinete arriba o al revés.
El Rápido pensó:
El Rápido hzo caso omiso de la orden de que caminara al paso. Y mientras transcurrían veloces los minutos (a $ 20 la hora )  pensó:
A este lo tengo bien calado. Es de los que sólo saben hablar con el rebenque. Y lo que es peor no nos quieren, en verdad  no quieren a nadie.” Interrumpió sus elucubraciones para lanzar al viento un largo y fuerte relincho lo que en el idioma de los caballos significa “ Eureka!, lo encontré.”
Llegados a este punto es bueno recordar que los caballos y casi seguramente otros animales pero no el hombre tienen un sentido especial que les permite conocer a la distancia quien es y qué intenciones tiene..o mejor aun si llo llevan sobre su lomo. Este tema pasó desapercibido  por los científicos hasta hace pocos años un finlandés hizo notar su importancia. En una muy breve comunicación publicada en el Helsinki Post sugiere Omar Sibelius, tal el nombre del científico realizar una investigación en dos etapas. En la primera tratar de aclarar cuál es el agente químico o físico, materia o radiación que el humano emite y el caballo recibe. En caso de tener éxito en esta primera etapa se encararía la segunda, Biotecnología mediante, genes más, genes menos consistente en dotar a algunos hombres de la especial condición de que gozan los caballos
¿Para que todo esto. Embarcarse en una investigación que durará años e insumirá millones de dólares ¿para qué?
Muy simple.
 De la lectura cuidadosa de publicaciones del Pentágono surge   que el insumo más barato de los ejércitos modernos es la gente, los soldados. Supongo que ya lo ven claro. Un radar nos cuesta aproximadamente lo que veinticico hombres. Si logramos fabricar estos ,llamémoslos Centauros, ahorrremos tan sólo en la próxima guerra mundial una suma con tantos ceros que no cabria en esta hoja de papel ni horizontal ni verticalmente .
¿Pero cuando el escarnio alcanzó su máximo fue cuando El Rápido sí se movió
. El  porteño rugió de  alegría porque creyó que la estúpida bestia había por fin entrado en razón, según su entender.
El Rápido, a quien Don Zoilo le había leído el Martín Fierro completo tantas veces que se sabía muchas partes de memoria recordó aquella que dice:
“No hay tiempo que no se acabe
ni tiento que no se corte”
lanzó otro relincho, un poco más breve que el anterior y una octava más alta cosa que todos los equinos y la mayor parte de los criollos de ley saben que quiere decir BASTA¡¡¡¡¡¡
El Rápido dio con tranquilidad  un paso, luego otro y otro,  cada vez más ligero hasta que en un momento se puso a trotar, lo que tomó por sorpresa a Juan que se prendió con ambas manos a los bastos, al mismo tiempo que perdía los estribos y las riendas.
Pero todavía faltaba lo peor: el caballo se lanzó  al galope y luego a una loca  carrera como para justificar su nombre. Se dirigió en línea recta hacia una zanja que la lluvia reciente había convertido en un lodazal y diez metros antes de llegar a ella frenó de golpe con lo cual nuestro jinete, ya “sin riendas y sin estribos” salió disparado como un misil, pasó por encima de la cabeza del Rápido y aterrizó de cabeza en el barro.
Los criollos corrieron para ver qué le había pasado, si se había desnucado o quien sabe, algo peor. Pero no era grave,  solo el susto y el enchastre total: ropa, caras, manos.
Al ver que no estaba muerto, ni siquiera herido, tan sólo un poco magullado en los criollos la angustia se transformó en ira y comenzaron a llover los insultos más soeces sobre el maltrecho Juan.
Don Zoilo, como hubiera hecho Don Segundo lo miró fijo en los ojos y no le dijo nada.
Juan ya se encaminaba hacia la tranquera cuando lo alcanzó la voz  serena  de Don Zoilo:
 “Jovencito, ¿se va sin pagar?”
“¿ Cuanto debo ?”
“Son veinte pesos.”
¿“Pero cómo.? Es a veinte pesos la hora y yo anduve menos de media”
Don Zoilo le respondió con sorna: “Bueno, sí pero la diferencia la vamo a emplear en darle una reparación moral al Rápido por el trato brutal que vos le has dao. Vos, que nos dijiste que querías a los caballos! Vamo a comprar una caja bien grande de azúcar en terrones, marca Hileret y le vamo a dar al Rápido un terrón por día; va a tener azúcar por dos años, creo.

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