Era un valle precioso; con un río que pasaba por el medio y lleno de verdes paisajes. Las flores sonreían con una inmensa belleza, el sol lucía radiante y por las noches las estrellas iluminaban, aquel divino lugar. La luna siempre estaba contenta y no hacia frío ni calor.
La única figura, que aparecía como un ángel con alas; era un hermoso caballo negro, que corría libremente como dueño y señor de aquella maravilla.
Todos los días iba a refrescarse al río y bebía agua de un inmenso manantial, que brotaba de entre las rocas como diamantes caídos del cielo.
Aquel animal hacía feliz a la naturaleza, su alegría al verse querido, por todo lo que le rodeaba, le hacía cantar relinchando y elevando su figura magistral.
Era el caballo negro del valle, sin riendas ni nadie que lo montara, era puro como todo lo que había en el valle; no corría peligro de ser capturado y trotaba dejando su sombra por donde pisaba.
De pronto empezaron a llegar más caballos en busca de aquel sitio, pero al ver al caballo negro, todos se quedaron quietos delante de él, se arrodillaron y quedaron en silencio.
El caballo negro se alzó de nuevo y haciendo de guía, les llevó por todo el valle; les condujo por todos los rincones de la libertad y les hizo saber; que aquel lugar era sagrado.
Todos fueron al río; al manantial para beber del agua cristalina, olfateaban el olor de las flores, se dejaban caer sobre las hierbas verdes y suaves como el algodón; el cielo se volvió más azul y la luna se hizo llena de tanta dicha.
El caballo negro seguía siendo libre, pero con la compañía de sus amigos, a los que enseñó la forma de conservar aquel valle y respetarlo.
Desde entonces se llamó el Valle de los Caballos Libres.
CUENTO DE CARMEN
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