En una hacienda viven dos caballos, de lejos, parecen caballos como los otros, pero cuando se observa bien, se percibe que uno de ellos es ciego. Aún así, el dueño no se deshizo de él y le consiguió un amigo, un caballo más joven, al cual le puso una campana en el cuello. Así, el caballo ciego sabe donde está su compañero y va hasta él. Ambos pasan los días corriendo y al final de la jornada, el caballo ciego sigue al compañero hasta el establo. El caballo con la campana está siempre mirando si el otro lo acompaña, y algunas veces para, así el otro puede alcanzarlo. El caballo ciego se guía por el sonido de la campana, confiando que el otro lo esté llevando por el camino correcto.
Como el dueño de esos dos caballos, Dios no nos rechaza porque no somos perfectos, más bien Él cuida de nosotros y hace que otras personas vengan en nuestro auxilio cuando lo necesitamos. Algunas veces somos el caballo ciego, guiados por sonidos de las campanas de aquellos que Dios pone en nuestras vidas. Otras veces, somos el caballo que guía, ayudando a otros a encontrar el camino.
Así son los buenos amigos, tú no necesitas verlos, pero sabes que allí están. Por favor oye las campanas de otros, que ellos oirán la tuya.
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