La sólida constitucióndel Caballo árabe quedó plenamente demostrada durante las Cruzadas, cuando los caballeros franceses y españoles, pesadamente armados, combatieron frente a la ágil y liviana caballería morisca. Si bien los guerreros occidentales vencieron a los jinetes orientales, nunca lograron aniquilar a sus enemigos en campo abierto. No en vano los árabes contaban con los caballos más veloces y apropiados para la retirada.
Fue allí donde se encontraron por primera vez las dos escuelas ecuestres más dispares. Mientras los jinetes árabes montaban a la ‘jineta’, es decir cabalgando libremente por las estepas sobre corceles briosos y veloces que no sobrepasaban los 450 kilos, los caballeros europeos, provistos de pesadas armaduras, montaban a la ‘brida’, esto es, apalancados sobre toscos caballos de hasta 800 kilos, pero tan torpes que se sofocaban al poco de galopar un rato.
Abandonadas las armaduras después del Medioevo, como las guerras seguían librándose principalmente a caballo, la caballería occidental se planteó la necesidad de criar un caballo tan veloz como el árabe, pero, a la vez, capaz de sostener a un hombre más corpulento que un oriental.
Movidos quizás por su larga tradición de carrera de caballos y por su pasión por las apuestas, los británicos fueron los primeros en importar al Viejo Continente sementales árabes para cruzarlos con sus estirpes nativas. A pesar de que los ejemplares berberiscos y turcos tuvieron poco éxito en las carreras de finales del siglo XVII, la mezcla de su sangre condujo al establecimiento como raza del pura sangre ingles: el caballo más veloz del mundo. James Weatherby publicó en el año 1791 el primer registro genealógico de caballos (General Stud Book) en el que se incluían los pedigris de los tres famosos sementales orientales importados a las islas Británicas a finales del siglo XVI, el turco Byerley y los árabes Darley y Godolphin fueron los fundadores de la rentable estirpe inglesa.
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