Un poderoso relincho baja las serranías.
Un corral redondo y un montón de historias de cada lado del alambre.
Un mago. Un ilusionista y su hijo. Tan mago y tan ilusionista como el primero.
Historias apasionantes de quijotesca vida y trashumante osamenta de lúcida mente (y reflejos prontos).
De este otro lado del límite, bajo los repletos nogales, otras historias buscando un cauce.
El motivo de la mágica unión; el caballo.
De a poco, como dejando, se desata el vendaval de argumentos que el padre utiliza para seducir.
Sonrisa fácil, gesto bondadoso y firme, marioneta viva repleta de seguros ficticios, serenidad absoluta y dominio extremo de ambos escenarios.
Inevitablemente me pregunto una y otra vez: ¿qué hago aquí? ¿Qué hace este loco? ¿Qué me llevo de esta obra? ¿Vale la pena esta semana?
A ver. De a poco. De a una. Como siempre.
Indudablemente cambió mi perspectiva a lo largo de esta semana. Vine a ver cuál era la mágica receta para sacar el caballo soñado y descubro que tengo que modificar los resultados de mi historia, es decir, modificarme hoy, pulir enérgicamente mi actual idiosincrasia si quiero funcionar como estos magos, prestidigitadores y sabios de la técnica y el arte del corral. Amigos del caballo. ¿Qué hace este loco?
Este loco, viejo, este loco, ¿sabés qué es? Un niño, un idealista, un auténtico; es decir, viejo, este tipo es un poeta. Y los poetas tienen ese rasgo fantástico que no se alcanza con la lectura sistemática ni con la práctica. Se llega viviendo, amando, sufriendo, reculando, y sobre todo, aunque parezca imposible, volando. Volando. Eso es un poeta.
Aunque éste utilice como papel el aire, y como pupitre el amado caballo.
¿Qué me llevo de esta obra? La sutil sensación de que la vida es bella. Y que estos locos abonan la teoría que la transcurren (a la vida).
Dejando la huella de sus patas en las piedras.
Me inducen a pensar que puedo. Que me tengo que despojar de algunas pieles. Pero que puedo. ¿Vale la pena esta semana? ¡La pucha!!
Por donde lo mire es rico el tiempo transcurrido.
Manso paisaje serrano que golpea los ojos (como para quedarse).
Los locos de adentro y los demás, actores involuntarios como yo, que de a poco desnudaron historias, miedos, rebeldías, experiencias, personalidades, amores y dolores. Rica fauna a la que en este momento me dan ganas de jurarle amor eterno. (Pero…ya lo he hecho tantas veces). Debe ser el paisaje serrano que me pone blando…y los años…y las despedidas.
Bueno, hay que ir arrimándose para el lado de la tranquera. De este lado quedará la magia de la tribu a la que espero respetar en las cuestiones y cuando trate con caballos.
Para ellos, el más hondo relincho para lo que van, que el mejor caballo los acompañe.
Sinceramente, que tengan la mejor vida que puedan conseguir.
Les deseo el mejor viento, la mejor luz y la suerte imprescindible para alcanzar los sueños.
Chau alazanes, feliz regreso a vuestros lugares queridos.
Como en un rezo laico, la fórmula honesta para todos los adioses: que vuestro Dios, el Dios de cada uno de ustedes, los bendiga.
Miguel Marchetta
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