Hija, siento que debo escribir esto, que debo dejarte por escrito mucho de lo que hoy es en síntesis, lo que he aprendido en mis años de vida.
No es un testamento, ni una carta, ni un manual de doma, es experiencia, conocimiento y sentimientos que nos han traído hasta aquí, expresados del modo que se hacerlo, pero esta vez en un documento que espero de todo corazón te sirva para entenderte con los animales, con las personas que te rodean y con la naturaleza misma. Así como a mi me han servido las experiencias de tus abuelos, cuyos aciertos y errores, han iluminado buena parte del camino recorrido.
Te dedico cada palabra de esta obra, porque desde tu llegada, mi vida cambió, mi forma de percibir el universo va tomando un rumbo que me sorprende y me fascina.
Ser tu padre es un reto fantástico, y un aprendizaje sistemático, que me ha llevado a un plano más sensible y empático con los caballos.
Considero que la vida consiste en aprender, en cada uno de nuestros días tenemos la oportunidad de hacerlo, y ese es uno de los mensajes que quiero transmitir, porque he podido experimentar el dolor y el goce del cambio, la adrenalina del riesgo, el ardor del error cometido y la paz del acierto perseguido.
Me educaron con amor, tuve el privilegio de ser amado y cuidado por personas de bien, no hay un día que no agradezca semejante regalo de la vida, y eso me condiciona positivamente a intentar dar algo, devolver al mundo parte de lo que me dio, dejar lo que considero, puede ser una herramienta para vivir y llevar estos consejos al plano de los caballos y la familia.
Soy feliz, he sido feliz, he trabajado para serlo, y me han ayudado, también he sufrido, a veces sufro, pero el sufrimiento es parte de la vida, es la llave que nos abre la puerta de la reflexión, sufrir nos acerca a nuestras profundidades, nos ayuda a conocernos y medirnos en la adversidad. La fortaleza de las personas en general se genera en momentos difíciles, en circunstancias adversas, donde el alma se templa, la mente crea y desarrolla, el espíritu se comprime y se expande, en la incertidumbre de no saber nunca que pasara mañana, y aunque parezca que la tormenta nunca cesara, debes saber que el sol brillará, y sea o no así, debes siempre mantener firme esa idea, esa ilusión, que hace que la vida sea vida.
Tus sueños, ideales y utopías, te definirán, tus palabras quedarán grabadas en otros, tus ilusiones pueden contagiar a quienes las hayan perdido, como me han marcado el amor, los consejos, las caricias y los límites de quienes se interesaron en mí.
Los caballos son la metáfora de mi vida, con ellos experimente cada sensación sobre la que hoy tengo consciencia, y sobre las que puedo hablar. A través de ellos y de mis vivencias con ellos, podre graficarte cómo funcionan estas ideas, como es que todo lo que tiene sentido hacer con un caballo, tomará sentido en la mayoría de las cosas que te pasen en la vida.
A ser persona se aprende viviendo, a ser padre normalmente con la experiencia de criar un hijo, y a ser domador, con la práctica de esta actividad.
Ser la mejor persona, el mejor padre o el mejor domador, es algo que me excede, nunca me ha interesado ser mejor que nadie, nunca fui competitivo, me da tristeza pensar en la idea de ser mejor que alguien y/o peor que otro. Pero es cierto que soy la mejor persona que puedo ser, y para eso parto de la base, de que siempre hay algo por mejorar, detalles a pulir en el ego, en las miserias humanas (que son parte de la humanidad), en esos recovecos que no nos gusta meternos. Soy el mejor padre que puedo ser y para eso, estoy atento, trato de no olvidar que fui niño, intento recordar mis necesidades de entonces, para ver si puedo entender las tuyas, y esto no quita que me equivoque mucho, que mis errores afectan a otros, y que a veces duelen. No es mi intensión, pero sucede, y digo que queda siempre la oportunidad de enmendar el error.
Como domador mi viaje continúa, cada caballo deja algo en mi, cada experiencia se suma y la guardo para siempre, y en ese andar he cometido muchos errores, fui responsable de injusticias, tengo recuerdos tristes de haber hecho mal, por no saber encontrar la solución correcta, por ser inmaduro, prepotente. La frustración se disipa con los años, la reflexión y la experiencia me han curado de algunas culpas que cargaba. Es simple, ya no podré explicarle a aquel caballo que injustamente castigué, que no sabía, que ese día era un mal día, que eso que sucedió, nada tenía que ver con él, que todo siempre empieza y termina en uno mismo; es verdad que no puedo volver el tiempo atrás, y por eso me esmero en tratar a los caballos con el respeto reverencial que les tengo, son sagrados para mí porque por ellos, soy lo que soy, porque su nobleza y humildad me han enseñado lo que hoy intento transmitirte.
Cada caballo debe ser tratado con respeto, como cada persona merece lo mismo, no tengo vergüenza en asumir mi ignorancia, tengo fe en el compromiso que me motiva mientras escribo estas palabras.
Hace tiempo que disfruto de la sensación de poder controlar mi mente y mis impulsos, que la frustración es solo un recuerdo, y que con conocimiento, experiencia y humildad, domar es un placer inmenso, como lo es ser papá. Que no necesito castigar, que comprendiendo y respetando al otro, se logra mucho más que con la imposición.
Hoy estoy en armonía, disfruto la vida, y me estimula creer que mañana puedo aprender algo nuevo, que siempre que tenga un día malo, hay muchos buenos por delante, que los caballos serán mejor comprendidos a medida que se sigan sumando personas que compartimos la idea de cuan inteligentes y receptivos son.
Tu amor por los animales me fascina, que un sapito, un gato, un perro y un caballo gocen por igual de tu respeto y cuidado, ha sido una lección más para mi, de niño era como vos, tu abuela sufría las consecuencias de que cada animal desamparado de la ciudad que me cruzaba, era nuestro huésped, tuve la suerte de poder tener todos los gatos, perros y caballos que quise, un lujo, tu abuelo siempre fomento que con mi hermanita estuviéramos con los bichos, tuvimos un cóndor, pumas, jotes, búhos, zorrinos, quirquinchos, chanchos jabalíes, pecaríes, un zorro, ñandúes, víboras, iguanas, conejos, gallinas, palomas… he intentado darte algo de eso, porque según mi padre, en la infancia con los animales aprendemos a amar de la manera más natural y saludable posible, ya que los animales nos conectan con nuestro instinto, con nuestro ser intimo, con eso que somos cuando somos niños, y con el tiempo olvidamos.
Madurar no es sencillo, el paso del tiempo no garantiza que uno madure realmente, que el cuerpo envejezca no necesariamente nos convierte en sabios de la vida, estimo que madurar es aprender a discernir qué es lo que nos hace felices e ir por ello, madurar es saber de qué medios nos valdremos para alcanzar la felicidad. De lo contrario no importará cuantos bienes materiales tengamos, cuánto dinero hayamos acumulado, o cuanto éxito alcancemos, si no sentimos alegría de vivir, si no sabemos compartir, amar y reír, pues habremos invertido mucha energía y tiempo, en recorrer el camino equivocado.
La vocación es primordial, una persona para ser feliz plenamente debe hacer aquello que ama, esa actividad que alimenta su espíritu, no que lo consume. Sigue tu camino, busca hacer eso que te conecte con tu alma y con las demás, en una sintonía saludable, pacífica; alimenta tu espíritu y tu cuerpo, necesitaras de ambos para estar bien, no descuides ningún aspecto, ya que de ese modo serás un ser completo.
Hice muchas cosas, siempre me gustó trabajar y ganar mi dinero, inicie varios caminos antes de dedicarme plenamente a los caballos, pero en todos ellos sentí que algo me faltaba.
Pensé que la historia de mi padre, era de él, que seguir su camino era imitarlo en algo que yo consideraba exclusivo de él, quizás por eso intente buscar mi propio rumbo, para lograr la individualidad, ser yo mismo. Pasaron varios años, hasta que entendí que los caballos estaban en mi sangre, en mi alma y en mi mente, mucho más arraigados de lo que yo imaginaba. Y no es algo extraño, fui criado con ellos, mi familia estaba compuesta por personas y caballos, mi hermano mayor era alazán y caminaba en cuatro patas, cuando crecí vi la diferencia, pero para mi padre y mi madre, éramos todos hijos, y para nosotros éramos todos hermanos.
Quiero que tengas estas palabras, y que las aproveches, las aceptes o las rechaces, que lo que escribiré de aquí en adelante, no necesariamente son verdades universales, solo son la verdad de lo que he vivido, sentido y pensado a lo largo de estos años junto a los caballos.
No estoy escribiendo algo bonito para que te guste, o te diviertas, ansío que lo disfrutes, pero más ansío que te sirva como a mí me está sirviendo todo lo que mi papá y mamá me fueron enseñando, recuerdo haberme revelado, discutido y refutado, ante lo que alguna vez me transmitieron, y hoy entiendo las razones de ciertos límites, que alguna vez sentí como agresiones, y que solo tenían como fin mi preservación, protección y resguardo.
Recuerdo a mi madre diciendo: “me vas a entender cuando tengas hijos…”, y tal cual, es así, me llegó y debo reconocerlo, la entiendo claramente, ahora…
Espero tener la capacidad de escribir estas ideas con la coherencia que deseo. Mi papá me enseñó a pensar, luego hablamos de caballos y me enseño mucho sobre ellos, pero siempre dejo en un segundo plano la técnica, estas son necesarias, pero solo si hemos entendido el concepto. Que es un caballo, como piensa, como aprende, siempre fue más importante, que como enseñarle tal o cual movimiento. Eso llegará o no, de acuerdo al nivel de entendimiento que logremos con el caballo, la constancia y el la dedicación que pongamos en el trabajo.
Mientras tanto, entender es el paso previo a hacer. Entender y hacer, resultan en experiencia, y la experiencia cuando es positiva y se acumula, puede volvernos expertos. Expertos domadores, y expertos vividores de la vida.
No es un testamento, ni una carta, ni un manual de doma, es experiencia, conocimiento y sentimientos que nos han traído hasta aquí, expresados del modo que se hacerlo, pero esta vez en un documento que espero de todo corazón te sirva para entenderte con los animales, con las personas que te rodean y con la naturaleza misma. Así como a mi me han servido las experiencias de tus abuelos, cuyos aciertos y errores, han iluminado buena parte del camino recorrido.
Te dedico cada palabra de esta obra, porque desde tu llegada, mi vida cambió, mi forma de percibir el universo va tomando un rumbo que me sorprende y me fascina.
Ser tu padre es un reto fantástico, y un aprendizaje sistemático, que me ha llevado a un plano más sensible y empático con los caballos.
Considero que la vida consiste en aprender, en cada uno de nuestros días tenemos la oportunidad de hacerlo, y ese es uno de los mensajes que quiero transmitir, porque he podido experimentar el dolor y el goce del cambio, la adrenalina del riesgo, el ardor del error cometido y la paz del acierto perseguido.
Me educaron con amor, tuve el privilegio de ser amado y cuidado por personas de bien, no hay un día que no agradezca semejante regalo de la vida, y eso me condiciona positivamente a intentar dar algo, devolver al mundo parte de lo que me dio, dejar lo que considero, puede ser una herramienta para vivir y llevar estos consejos al plano de los caballos y la familia.
Soy feliz, he sido feliz, he trabajado para serlo, y me han ayudado, también he sufrido, a veces sufro, pero el sufrimiento es parte de la vida, es la llave que nos abre la puerta de la reflexión, sufrir nos acerca a nuestras profundidades, nos ayuda a conocernos y medirnos en la adversidad. La fortaleza de las personas en general se genera en momentos difíciles, en circunstancias adversas, donde el alma se templa, la mente crea y desarrolla, el espíritu se comprime y se expande, en la incertidumbre de no saber nunca que pasara mañana, y aunque parezca que la tormenta nunca cesara, debes saber que el sol brillará, y sea o no así, debes siempre mantener firme esa idea, esa ilusión, que hace que la vida sea vida.
Tus sueños, ideales y utopías, te definirán, tus palabras quedarán grabadas en otros, tus ilusiones pueden contagiar a quienes las hayan perdido, como me han marcado el amor, los consejos, las caricias y los límites de quienes se interesaron en mí.
Los caballos son la metáfora de mi vida, con ellos experimente cada sensación sobre la que hoy tengo consciencia, y sobre las que puedo hablar. A través de ellos y de mis vivencias con ellos, podre graficarte cómo funcionan estas ideas, como es que todo lo que tiene sentido hacer con un caballo, tomará sentido en la mayoría de las cosas que te pasen en la vida.
A ser persona se aprende viviendo, a ser padre normalmente con la experiencia de criar un hijo, y a ser domador, con la práctica de esta actividad.
Ser la mejor persona, el mejor padre o el mejor domador, es algo que me excede, nunca me ha interesado ser mejor que nadie, nunca fui competitivo, me da tristeza pensar en la idea de ser mejor que alguien y/o peor que otro. Pero es cierto que soy la mejor persona que puedo ser, y para eso parto de la base, de que siempre hay algo por mejorar, detalles a pulir en el ego, en las miserias humanas (que son parte de la humanidad), en esos recovecos que no nos gusta meternos. Soy el mejor padre que puedo ser y para eso, estoy atento, trato de no olvidar que fui niño, intento recordar mis necesidades de entonces, para ver si puedo entender las tuyas, y esto no quita que me equivoque mucho, que mis errores afectan a otros, y que a veces duelen. No es mi intensión, pero sucede, y digo que queda siempre la oportunidad de enmendar el error.
Como domador mi viaje continúa, cada caballo deja algo en mi, cada experiencia se suma y la guardo para siempre, y en ese andar he cometido muchos errores, fui responsable de injusticias, tengo recuerdos tristes de haber hecho mal, por no saber encontrar la solución correcta, por ser inmaduro, prepotente. La frustración se disipa con los años, la reflexión y la experiencia me han curado de algunas culpas que cargaba. Es simple, ya no podré explicarle a aquel caballo que injustamente castigué, que no sabía, que ese día era un mal día, que eso que sucedió, nada tenía que ver con él, que todo siempre empieza y termina en uno mismo; es verdad que no puedo volver el tiempo atrás, y por eso me esmero en tratar a los caballos con el respeto reverencial que les tengo, son sagrados para mí porque por ellos, soy lo que soy, porque su nobleza y humildad me han enseñado lo que hoy intento transmitirte.
Cada caballo debe ser tratado con respeto, como cada persona merece lo mismo, no tengo vergüenza en asumir mi ignorancia, tengo fe en el compromiso que me motiva mientras escribo estas palabras.
Hace tiempo que disfruto de la sensación de poder controlar mi mente y mis impulsos, que la frustración es solo un recuerdo, y que con conocimiento, experiencia y humildad, domar es un placer inmenso, como lo es ser papá. Que no necesito castigar, que comprendiendo y respetando al otro, se logra mucho más que con la imposición.
Hoy estoy en armonía, disfruto la vida, y me estimula creer que mañana puedo aprender algo nuevo, que siempre que tenga un día malo, hay muchos buenos por delante, que los caballos serán mejor comprendidos a medida que se sigan sumando personas que compartimos la idea de cuan inteligentes y receptivos son.
Tu amor por los animales me fascina, que un sapito, un gato, un perro y un caballo gocen por igual de tu respeto y cuidado, ha sido una lección más para mi, de niño era como vos, tu abuela sufría las consecuencias de que cada animal desamparado de la ciudad que me cruzaba, era nuestro huésped, tuve la suerte de poder tener todos los gatos, perros y caballos que quise, un lujo, tu abuelo siempre fomento que con mi hermanita estuviéramos con los bichos, tuvimos un cóndor, pumas, jotes, búhos, zorrinos, quirquinchos, chanchos jabalíes, pecaríes, un zorro, ñandúes, víboras, iguanas, conejos, gallinas, palomas… he intentado darte algo de eso, porque según mi padre, en la infancia con los animales aprendemos a amar de la manera más natural y saludable posible, ya que los animales nos conectan con nuestro instinto, con nuestro ser intimo, con eso que somos cuando somos niños, y con el tiempo olvidamos.
Madurar no es sencillo, el paso del tiempo no garantiza que uno madure realmente, que el cuerpo envejezca no necesariamente nos convierte en sabios de la vida, estimo que madurar es aprender a discernir qué es lo que nos hace felices e ir por ello, madurar es saber de qué medios nos valdremos para alcanzar la felicidad. De lo contrario no importará cuantos bienes materiales tengamos, cuánto dinero hayamos acumulado, o cuanto éxito alcancemos, si no sentimos alegría de vivir, si no sabemos compartir, amar y reír, pues habremos invertido mucha energía y tiempo, en recorrer el camino equivocado.
La vocación es primordial, una persona para ser feliz plenamente debe hacer aquello que ama, esa actividad que alimenta su espíritu, no que lo consume. Sigue tu camino, busca hacer eso que te conecte con tu alma y con las demás, en una sintonía saludable, pacífica; alimenta tu espíritu y tu cuerpo, necesitaras de ambos para estar bien, no descuides ningún aspecto, ya que de ese modo serás un ser completo.
Hice muchas cosas, siempre me gustó trabajar y ganar mi dinero, inicie varios caminos antes de dedicarme plenamente a los caballos, pero en todos ellos sentí que algo me faltaba.
Pensé que la historia de mi padre, era de él, que seguir su camino era imitarlo en algo que yo consideraba exclusivo de él, quizás por eso intente buscar mi propio rumbo, para lograr la individualidad, ser yo mismo. Pasaron varios años, hasta que entendí que los caballos estaban en mi sangre, en mi alma y en mi mente, mucho más arraigados de lo que yo imaginaba. Y no es algo extraño, fui criado con ellos, mi familia estaba compuesta por personas y caballos, mi hermano mayor era alazán y caminaba en cuatro patas, cuando crecí vi la diferencia, pero para mi padre y mi madre, éramos todos hijos, y para nosotros éramos todos hermanos.
Quiero que tengas estas palabras, y que las aproveches, las aceptes o las rechaces, que lo que escribiré de aquí en adelante, no necesariamente son verdades universales, solo son la verdad de lo que he vivido, sentido y pensado a lo largo de estos años junto a los caballos.
No estoy escribiendo algo bonito para que te guste, o te diviertas, ansío que lo disfrutes, pero más ansío que te sirva como a mí me está sirviendo todo lo que mi papá y mamá me fueron enseñando, recuerdo haberme revelado, discutido y refutado, ante lo que alguna vez me transmitieron, y hoy entiendo las razones de ciertos límites, que alguna vez sentí como agresiones, y que solo tenían como fin mi preservación, protección y resguardo.
Recuerdo a mi madre diciendo: “me vas a entender cuando tengas hijos…”, y tal cual, es así, me llegó y debo reconocerlo, la entiendo claramente, ahora…
Espero tener la capacidad de escribir estas ideas con la coherencia que deseo. Mi papá me enseñó a pensar, luego hablamos de caballos y me enseño mucho sobre ellos, pero siempre dejo en un segundo plano la técnica, estas son necesarias, pero solo si hemos entendido el concepto. Que es un caballo, como piensa, como aprende, siempre fue más importante, que como enseñarle tal o cual movimiento. Eso llegará o no, de acuerdo al nivel de entendimiento que logremos con el caballo, la constancia y el la dedicación que pongamos en el trabajo.
Mientras tanto, entender es el paso previo a hacer. Entender y hacer, resultan en experiencia, y la experiencia cuando es positiva y se acumula, puede volvernos expertos. Expertos domadores, y expertos vividores de la vida.
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