Comienzos del siglo XVII, en el año 1600, para ser más exactos, unos individuos como de otro mundo llegaron desde el Océano Pacífico a las costas de lo que ahora son los Estados Unidos, venían vestidos con corazas metálicas, que los hacían casi invulnerables a las flechas, traían varas que arrojaban fuego por un extremo y unas bestias enormes que los transportaban con una velocidad increíble. Se trataba de los primeros españoles que colonizaban esas tierras. Pero a pesar de tan enormes recursos, el poco número de expedicionarios y el conocimiento de los indios del territorio, entre otros factores, dió al traste con la pretención española de apoderarse de tan extenso territorio y aportó a los indios un botín de guerra de incalculable valor: El caballo Ibérico, que a su vez tenía parte de los caballos cartaginenses del norte de Africa y sangre de los mejores ejemplares árabes que habían sido depurados en la llamada "Edad de Oro española". Fueron pocos los caballos que sobrevivieron a las refriegas pero algunos llegaron vivos a las manos de los nativos, otros huyeron sin jinete y formaron pequeños grupos dispersos de forma silvestre. De todos modos esto bastó y sobró para que las diferentes tribus tuviesen un "pié de cría" fenomenal con el que comenzaron una labor genética a conciencia para formar una raza que pudiese adaptarse a las necesidades de la vida nómada. Animal versátil para el trabajo y resistente a las temperaturas del desierto y de las nevadas pero a su vez dócil con su amo de forma tal que se adaptara a la vida del campamento vivaqueando hasta en el mismo kipy de sus amos si esto fuese posible.
Es más bien un caballo liviano, de alzada baja -pero para sorpresa de todos, sumamente resistente- poco poblado de crines y de cola pero de colores muy escandalosos, pintos, overos, toldos o con una mancha blanca en el anca (sabanitos) o Nevados (moteado por todo el cuerpo) el caso es que siempre poseen algún reguero de mancha blanca, o todo el cuerpo moteado por pequeños puntos oscuros. Pero la característica más sobresaliente es que, a diferencia del resto de los ejemplares de la especie, este caballo es el único que tiene la esclerótica -"lo blanco del ojo"- de color blanco, como el de los humanos, y eso hace que sea imposible no reaccionar a su inteligente mirada. Estamos hablando del appaloosa, el más auténtico de los caballos americanos.Todas las tribus trabajaron en este proyecto generacional para la nueva raza, no obstante, los que lo lograron en menos tiempo y con un patrón fenotípico fijo más éxitoso fueron los nimiipuu o Nez Percé ubicados en la cuenca del río Palouse en el territorio que luego formaría los estados de Washinton, Idaho y parte de Oregon pero entre las tribus era conocido desde California hasta la mismísima Alaska. Esto mejoró no solo la movilidad sino las proviciones de los indígenas ya que se hizo más fácil y selectiva la cacería de animales como el bisonte(*) no obstante este estado de prosperidad para el appaloosa y para los nativos no podía durar mucho, pues en menos de dos siglos 1800 el hombre blanco volvería a irrumpir en los territorios indios pero esta vez con una tecnología armamentista más sofisticada y ya no desde el océno Pacífico sino desde el Este. Era evidente que los indios, a quienes en algún momento habían creído que ignoraban lo que era un caballo, tenían caballos con características muy específicas, nada que ver con los robustos caballos ingleses que ellos traían y -¡Vaya paradoja!- no fueron los indios sino ellos que le dieron el nombre cuando comenzaron a llamarlos "un caballo del Palouse" "a Palouse' Horse" que después apostrofarían como Appaloouse horse, de allí el nombre.
Estos ejemplares no eran bien vistos por el ejército debido a ser "los caballos de los indios" y también por razones prácticas ya que los soldados alegaban que eran mostrencos e indóciles y eso suele ser contagioso para la cuadra de la caballería. Argumento a todas luces fruto de la subjetividad ya que no tiene en cuenta que un animal pueda aceptar sin resistencia la marca del hierro candente de un número en su anca cuando lo máximo que había recibido en su piel eran colorantes vegetales con formas de flores y paisajes y mucho menos amoldarse a la disciplina y los rigores militares cuando toda la vida había sido tratados como la mascota de la familia. El caso es que los padrotes apresados fueron castrados y usados para carga junto a los mulos y más de una vez, las yeguas fueron utilizadas como comida de tropa.
1871, es un año luctroso en la historia de estos caballos, cuando Joseth, el jefe de la tribu Nez a sabiendas de la inutilidad de seguir combatiendo contra el ejército de los Estados Unidos - al cual, contra todo pronóstico, mantuvo a raya por mucho tiempo- decidió emigrar con su tribu hacia Canadá en una marcha forzada y dramática, pero a pocos kilómetros de la frontera fueron alcanzados por la avanzada del ejército y obligados a presentar una batalla desastrosa para los nativos y para la conservación del appaloosa. Pero tiempo después, los mismos colonos que tomaron sus tierras tuvieron la iniciativa de cuidar y mantener la estirpe de los pocos caballos que habían sobrevivido. Ese es el pie de cría de los ejemplares actuales de el pionero de los caballos Americanos.
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