viernes, 16 de septiembre de 2011

LOS CABALLOS EN LAS FIESTAS

. Unas fiestas que muchos asocian a la imagen de unos caballos soberbios alzándose entre la multitud, a la música del jaleo, a las cáscaras de avellanas convertidas en proyectil, a las abluciones con gin. Hay mucha alegría, mucha energía… y también respeto a unas señas de identidad y un gran fervor. Sus protagonistas velan celosamente por mantener el sentido original y la reverencial liturgia de estas fiestas, y es esta autenticidad la que, sin duda, les ha procurado la proyección que hoy tienen y su inusual poder de convocatoria.
Los caixers, cofrades a cuyo cuidado estaba la ermita de Sant Joan, visten la indumentaria que ya usaban sus predecesores: pantalones y camisa blancos, corbatín, botas con espuelas y frac. También llevan un pequeño látigo y se cubren con la guindola, sombrero bicorne que les da prestancia y les identifica como depositarios de una tradición secular. Siguen fielmente unos protocolos de origen medieval que asignan una representación muy concreta a los distintos estamentos históricos: payesía, nobleza, clero…
Arrancan los actos el domingo anterior al 24 de junio, diumenge d’es Be, en el que se pasea un hermoso cordero por las calles de la ciudad, y tienen su momento álgido en la víspera y el mismo dia del santo, cuando los caixers recorren a caballo el casco antiguo. El fabioler, tocando su caramillo, encabeza sa qualcada (la comitiva) a lomos de un burrito. Se suceden los caragols (las vueltas que dan) con el juego repetido de pedir a los jinetes que exhiban a los caballos «de pie», en actitud rampante, lo que se llama fer un bot (alzarse), y el vértigo se prolonga hasta el día siguiente, cuando se celebran diversas suertes ecuestres en el Pla de Sant Joan: ensortilles, ses carotes, correr abraçats… Durante dos días la ciudad vibra sin límites.

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