Hace muchos años, no recuerdo cuántos, pero muchos, comimos por primera vez en el Restaurante Las Rejas de la playa de Bolonia. Llegamos a ese sitio casi por casualidad, no recuerdo si porque estaban todos los demás (cuando no eran muchos) llenos de gente. Dos hermanos, Carlos y José Manuel, estaban a cargo de atender a los clientes, no demasiado numerosos. Todo lo que os diga de estos dos camareros sui géneris tendréis que ir a comprobarlo en persona. Es la risa asegurada desde el primer momento, no reñida sino hermanada con el mejor servicio posible y una cocina tradicional inmejorable, sobre todo los pescados y mariscos, pero también los pimientos asados o las croquetas. Es imprescindible probar los chocos en tinta y el mero a la plancha. Antes (ahora creo que ya no, o ya no tanto), mucho de este género lo pescaba el propio José Manuel con todo su aparejo de pesca submarina. El caso es que aquella primera vez estuvimos comiéndonos una enorme centolla cogida por él, recién cocida, aún caliente, lenta y golosamente durante más de una hora. El almuerzo se prolongó hasta bien entrada la tarde, y el propio Carlos vino a halagarnos nuestra forma de comer, pausada y amorosa. No volvimos hasta el año siguiente, pero nos saludaron como si fuéramos clientes de cada fin de semana, nos reconocieron, con todo lo que esa actitud tiene de agradable.
Desde entonces, nuestra visitas son periódicas, y por desgracia mucho más espaciadas de lo que nos gustaría, con la culpa a medias repartida entre el trabajo y la distancia a recorrer. Una de aquellas veces antes más frecuentes, nos dijeron que les iba estupendamente, que venía mucha gente en verano, que ganaban mucho dinero, pero que eso les había supuesto no tener el tiempo que tenían antes para charlar con los clientes. Y se les notaba una cierta tristeza por eso. Es verdad que ahora es más arriesgado ir hasta allí sin reservar, y que sigue yendo mucha gente. Cada vez que vamos está asegurado el abrazo y la broma de José Manuel a Penélope: “Hombre, menos mal que vienes, tengo guardada hace un montón de meses una olla de chocos en tinta para ti”. Con Carlos hemos hecho algunos intercambios de música brasileña. Siempre tiene una estupenda selección sonando en el local.
El sábado volvimos a ir, a disfrutar con sus excelentes platos, con sus chistes, con su compañía, y luego con el maravilloso día que hacía en la ensenada de Bolonia, tomando el primer baño de sol de la temporada. Y a sorprendernos con las vacas, los burros y los caballos sueltos, con preferencia de paso, mezclados con las familias nativas y con los guiris sonrosados, lo que da a la playa ese aspecto antiguo y ese aire auténtico. Sólo ha faltado la visita a las ruinas romanas, porque salimos demasiado tarde. Queda para otro día, pero ya quizá después del verano. Y volveremos a reír y a comer bien. Y a saludar a los amigos, lo mejor de esta vida.
El Restaurante Las Rejas está en la playa de Bolonia, cerca de Tarifa y poco después de pasar Facinas si vienes desde Cádiz. No está cerca de las ruinas romanas, sino en la dirección contraria, torciendo a la izquierda en cuanto se llega a la playa, en el poblado del Lentiscal, frente al colegio.
Desde entonces, nuestra visitas son periódicas, y por desgracia mucho más espaciadas de lo que nos gustaría, con la culpa a medias repartida entre el trabajo y la distancia a recorrer. Una de aquellas veces antes más frecuentes, nos dijeron que les iba estupendamente, que venía mucha gente en verano, que ganaban mucho dinero, pero que eso les había supuesto no tener el tiempo que tenían antes para charlar con los clientes. Y se les notaba una cierta tristeza por eso. Es verdad que ahora es más arriesgado ir hasta allí sin reservar, y que sigue yendo mucha gente. Cada vez que vamos está asegurado el abrazo y la broma de José Manuel a Penélope: “Hombre, menos mal que vienes, tengo guardada hace un montón de meses una olla de chocos en tinta para ti”. Con Carlos hemos hecho algunos intercambios de música brasileña. Siempre tiene una estupenda selección sonando en el local.
El sábado volvimos a ir, a disfrutar con sus excelentes platos, con sus chistes, con su compañía, y luego con el maravilloso día que hacía en la ensenada de Bolonia, tomando el primer baño de sol de la temporada. Y a sorprendernos con las vacas, los burros y los caballos sueltos, con preferencia de paso, mezclados con las familias nativas y con los guiris sonrosados, lo que da a la playa ese aspecto antiguo y ese aire auténtico. Sólo ha faltado la visita a las ruinas romanas, porque salimos demasiado tarde. Queda para otro día, pero ya quizá después del verano. Y volveremos a reír y a comer bien. Y a saludar a los amigos, lo mejor de esta vida.
El Restaurante Las Rejas está en la playa de Bolonia, cerca de Tarifa y poco después de pasar Facinas si vienes desde Cádiz. No está cerca de las ruinas romanas, sino en la dirección contraria, torciendo a la izquierda en cuanto se llega a la playa, en el poblado del Lentiscal, frente al colegio.
Felizmente se amplía la nómina de colaboradores que enriquecen este blog. Ahora me llega una de especial significación. Dos entrañables amigos, compañeros sentidos de viajes griegos, palmareños orgullosos, me envían este mensaje, como una declaración de amor a su tierra, esta historia que es la historia de su vida, ahí al lado, en El Palmar de Vejer. Lo que para la propaganda o para los ecologistas es un paraíso virgen, para Montse (autora de la misiva) y Miguel es simplemente (o mucho más) su hogar y el de su hija. Por supuesto, para los Cabrera Molina, este es uno de los mil sitios tan bonitos como Cádiz. Ellos, con padres y abuelos palmareño, quieren El Palmar, nosotros los queremos a ellos y, por supuesto, amamos su playa-hogar. El que sigue es su texto, que la entusiasta y combativa Montse ha titulado como arriba: ‘Vivir entre olas y tierras de labor’
El título viene a definir lo que es “ser del campo ”, pero con el añadido de una playa kilométrica de dorada arena y aguas frías del Atlántico. Debe ser que soy raro, pero disfrutaba en mi adolescencia con denominarme ante mis amigos de fuera, como una chica “campera – marítima – costera” algo que entonces avergonzaba a las jóvenes de núcleos rurales cuando emprendían el camino a la capital para trabajar o estudiar.
Digamos que hablo de El Palmar… es Agosto y no es muy cómodo estar aquí pero ¡qué le vamos a hacer! es la moneda de cambio en un lugar que en verano vive del turismo, media provincia de Cádiz se encuentra así.
En la actualidad nos imaginamos El Palmar como un destino para disfrutar de un verano en la playa, en cambio esta pedanía guarda muchas facetas poco conocidas por sus visitantes. Ya en el año 1951 por Mayo nuestros padres y abuelos celebraban en la misma arena de la playa una procesión del patrón “ Santo Domingo de la Calzada ” acompañado por aquellos que habían recibido su primera comunión y los bautizos de sus nuevos descendientes .
También palmareños que paseaban de pequeño esta procesión, ahora pasean por la playa como medicina natural para afrontar la pesadez de los años.
Tampoco es muy conocida su vida agrícola. Y sin embargo, es excelente en lo que a huerta se refiere, patatas enormes ( puntas, colorá ) en cada siembra crecen bajo la tierra, de un sabor y textura en su cocción inigualable, perfectas para hacer nuestras gaditanas “papas aliñás”, tomates y pimientos del cortinal preparado con las cañas que rodeaban toda la costa de la playa haciendo de cortaviento para ganado y gallineros. Pocas, muy pocas verduras y hortalizas se resisten a nacer en el Palmar . Algo que sorprende a algún que otro estudioso agrónomo por su cercanía al mar y tierras tan fértiles a la vez.
También existen grandes siembras de pipas de girasol y trigo.
El invierno un gran handicap que tiene este lugar: hay mucha humedad y resulta dificultosa su entrada por carriles de tierras, impracticables con turismos. En cambio por mínimo que sea el rayo de sol se le recibe al 100% para descubrir un campo despejado tras la lluvia o bajar hasta la playa y pelear con el viento y las olas de un temporal hasta volver a casa agotado de tanta naturaleza salvaje.
Fotografía tomada el último día del año 31/12/2009
Hace muchos años que la playa no se utiliza para trasladar el ganado atravesando el río Conilete para pastar cerca de los cerros de la Torre Castilnovo. Evidentemente, ahora no está permitido pero todavía existen familias con pequeñas ganaderías y la mayoría mantienen sus cochinos, cabras y gallinas para el consumo familiar.
El abuelo Juan a caballo llevando la yegua al otro lado del río. ( 1.976 )
Familiares cargando una becerra en camión tras su venta.
En temporadas se trillan los campos y el contraste de colores con el dorado de la paja y las alpacas tan cuadraditas parecen sacadas de un cuento.
Con todo este repaso de historia de El Palmar quiero decir que se puede vivir y convivir con sus gentes , que existe una identidad, unas tradiciones y no nos faltan las ganas por seguir viviendo en nuestra tierra y de nuestra tierra.
Ahora es verano y su estampa es la playa pero el verano se va y con él sus visitantes.
Nos parece fenomenal poder educar a nuestra hija entre el campo y el mar. Aprendiendo a respetar la naturaleza que nos rodea con sus animalitos, investigándolos y también respetando y acogiendo a todos los veraneantes , descubriendo que tiene amiguitos por toda la geografía española y parte del extranjero, que respeta a los nudistas que andan por la torre, que la playa no se puede ensuciar, que quiere aprender idiomas….etc
Dos palmareñas en la playa .
Estáis todos invitados a venir por aquí y descubrir un poco más de El Palmar. Porque no siempre todo es lo que parece.
Esta es nuestra frontera, desembocadura del río que delimita el término de Conil con Vejer. Pero como podéis ver no es una frontera infranqueable, ni inamistosa, ni conflictiva. Es más bien un camino de entrada.
¿Véis como es verdad. como tengo unos amigos adorables? No os podéis imaginar con qué pasión defienden su derecho a vivir con el pasado y el futuro en su tierra, cómo luchan por que su hija pueda crecer arraigada en ese lugar que tiene todo para ser maravilloso. Son como el colono que al defender su tierra nos defienden a todos de los engaños y de las ambiciones de los demás. El Palmar no necesita que lo salven, sino que lo dejen seguir viviendo, y de la mano de gente así.
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