Por la portada y por el título del libro me imaginaba algo parecido a El hombre que susurraba a los caballos; una lectura tranquila sobre alguien que necesita aprender o quizás que se dedica a domar caballos, con alguna historia de amor de por medio, por qué no… Desde luego no me esperaba encontrar con lo que me encontré, y es que no me gustan las historias de vaqueros de los ranchos de Texas, de cárceles sin ley, de autoridades corruptas. Igual que no vería una película de vaqueros, tampoco hubiera leído el libro, si llego a saber el argumento de antemano.
Salvando el principio, que se me hizo un poco cuesta arriba porque no llegas a saber muy bien qué está pasando y por qué John Grady Cole y Rawlins deciden marcharse, los primeros capítulos me resultaron muy gratos. El viaje a caballo para atravesar la frontera con México, el emblemático Blevins, que me resultó antipático y me alegré de que desapareciera -momentáneamente-, y la llegada de los chicos al rancho.
Si a partir de aquí el autor se extendiera 200 páginas en contarme el día a día en aquel rancho, yo estaría encantada, aunque apenas sucediera nada; tan sólo el manejo de los animales, la búsqueda de los que pronto dejarán de ser salvajes, los cruces, las ventas, los sementales. Los caballos.
Pero como buena “película” de vaqueros, mi éxtasis equino se vio interrumpido por la cárcel, las ejecuciones, la justicia y la injusticia y la vuelta a casa. El mensaje de “esto no es Estados Unidos; es México y aquí hacemos las cosas de otra manera” es lo que me fastidió de este libro, aquello para lo que no estaba mentalmente preparada al comenzar la lectura. Supongo que es normal al hacerte una idea que no se basa más que en una portada o en un título.
A pesar de mi disgusto, el autor ha conseguido dejarme con la miel en los labios y, ahora me siento tentada a continuar viajando con John Grady Cole en su búsqueda de esa vida que de momento le ha sido vetada;
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