domingo, 2 de octubre de 2011

HISTORIAS DE CABALLEROS Y CABALLOS



Caballeros y caballos en la historia del Perú. Homenaje a la caballería peruana.

Hazañas de caballeros

El arma noble. La historia de la humanidad está vinculada con los caballos. Durante siglos fueron esenciales como medio de transporte. Jugaron también un papel principal en los más complicados escenarios de batalla.


Hacia 1982 una delegación oficial peruana fue recibida por el rey Juan Carlos I de España, en el Palacio de la Moncloa. Salvados los asuntos protocolares, su alteza sorprendió a los concurrentes al referirse a la importancia adquirida por la caballería militar en el caso de conflictos montañescos. Fueron unas agudas y perspicaces observaciones de quien es oficial de esa rama y un avanzado en estudios referidos al tema. La caballería es un arma noble y exigente. Y lo es desde los románticos tiempos del Cid Campeador, allá por los años mil, hasta las más cercanas hazañas de la batalla de Junín, cuando –gracias a la veloz acción del mayor Isidoro Rázuri– los héroes del Perú cargaron por la retaguardia. Fue entonces que nació el famoso Regimiento Glorioso Húsares de Junín, Nº 1.

La dignidad del capitán

En el Perú, el caballo nos engalana y el arma de caballería es un cuerpo simbólico y heroico. El bravo general Felipe Santiago Salaverry, por ejemplo, se rehusó cierta vez a hacer las maromas equinas propias del despeje taurino ante Bolívar, cuando en ruta al Cusco, al libertador le ofrecieron la usual corrida de toros. El entonces joven capitán Salaverry dijo: “El Ejército no está para exhibiciones de circo”. Se plantó y dio la vuelta, mostrando las grupas del animal, cita Nemesio Vargas. Salaverry se retiró y dejó anonadada a la concurrencia oficial.

En las alturas andinas

En 1829, pocos años después del episodio relatado, se desató el conflicto contra la Gran Colombia. José La Mar debió enfrentarse a Antonio José de Sucre, en Cuenca. Ante la inútil y fraticida contienda, el valiente general Domingo Nieto, “hombre que –se dice– amaba a su patria más que a su querida”, montó su cabalgadura y lanzó un desafío de lanceros al bravo colombiano José María Camacaro. Lo venció y pudo caballerosamente terminar la acción del Portete de tarqui, pero no ocurrió así. Gamarra, La Fuente y Santa Cruz depusieron al mariscal La Mar, presidente peruano, en plena guerra, y el Perú por el Convenio de Girón perdió Guayaquil, pese a la voluntad antes señalada por ese pueblo.

Paso de combate

Nicolás de Piérola, el infatigable revolucionario que enfrentó antes y durante la Guerra con Chile, a Manuel Pardo, a Prado y luego a Cáceres, se valió del caballo de paso para combatir. No es el político civil de caballería, pero gusta vestir con botas Federicas, Kepí y coraje por cierto. Lástima que el costo de sus alzamientos mermó al fisco a seres humanos antes y después de la Guerra del 79. Objetiva descripción hace Alberto Ulloa Sotomayor, en su biografía (1950 ).

Nuestro caballo de paso y aun la terca mula glorifican nuestra caballería en las cumbres azarosas de la serranía, cuando Cáceres y muchos valientes siguen enfrentando al enemigo del sur. Cáceres montará al brioso El Elegante mientras su esposa doña Antonia, lo hace en El Lunarejo, que tendrá la descortesía de arrojarla al río en plena breña andina, maroma casi trágica, porque doña Antonia estaba embarazada.

La montura del soldado

El Ejército Peruano tiene importante remonta de caballos. En ellos se adiestran los oficiales en marchas, saltos y antiguamente se jugaba al polo, deporte que adiestra en flexibilidad. Nuestra caballería está en los cuarteles, en los desfiles. No hace circos, que es otro asunto.

El dócil equino tiene y tendrá mil episodios en nuestra historia. Podrá ser elemento de salto y adiestramiento para guerras, desdichadas revoluciones previsibles o imprevisibles. Podrá el caballo criollo con su paso boleado, estable y buen ritmo, recorrer arenales o surcos de paz.

Pero el noble animal como todo ser vivo, es subactor de heroísmos, figura a veces majestuoso, con silente instinto como lo enseña Alfonso Ugarte en el Morro de Arica, o temerariamente en las alturas de Tarapacá.

Castilla monta en la soledad de su cabalgar por el desierto sureño. Nadie lo ve caer, es casi invisible. Reciba el valiente capitán (r) de caballería, Javier Rizo Patrón Picón, recientemente fallecido, este homenaje póstumo de quien escribe y supo apreciar su enorme caballerosidad.

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