Este
noble animal, fruto de la mestización de raza equinas traídas por los españoles
durante la conquista, se fue conformando a lo largo de varios siglos hasta
llegar a ser el fiel compañero de nuestro hombre de campo.
Es una
realidad hoy no discutida que cuando Cristóbal Colón desembarcó en la isla de
Guanahaní, el 12 de octubre de 1492, ya no había caballos en el Nuevo
Continente. Esa gran masa continental desconocida para el Viejo Mundo,
bautizada luego con el nombre de América y que España siguió llamando ”Indias
Occidentales", había sido en pretéritas eras geológicas la cuna del género
Equus, de donde evolucionó el Equus caballos, especie que en épocas históricas
los pueblos asiáticos, africanos y europeos domesticaron, salvándolo de su
extinción definitiva.
Las
razones de la desaparición total del caballo en América son aún desconocidas;
no obstante, ciertas especies de Equus fósiles fueron halladas en estratos
geológicos americanos de fines de la era cuaternaria, por lo cual algunos
naturalistas pensaron que en ciertas regiones de Sudamérica ese caballo habría
sobrevivido y evolucionado, constituyendo una nueva especie que luego recibirla la
denominación actual de “caballo criollo", al cruzarse con los caballos
españoles importados
Los
naturalistas argentinos Florentino Ameghino y Germán Burmeister trataron de
autoconvencerse, y de convencer al ámbito científico de principios de este
siglo, de que una especie de équido cuyos restos hallaron en estratos bastante
recientes, y que bautizaron como Equus rectidens era un verdadero caballo que
había convivido con las poblaciones indígenas de la Pampa y la Patagonia
argentinas, constituyendo la base de las numerosas manadas de caballos salvajes
que a mediados del siglo XVII, fueron avistadas por los primeros pobladores
hispánicos de esas regiones, vagando por la llanuras, caballadas que fueron
bautizadas posteriormente con el nombre de “baguales”
Las
investigaciones científicas posteriores y los análisis comparativos de los esqueletos
hallados, confirmaron que ese équido primitivo tenía una conformación más
parecida a la cebra o al hemión (imagen) que al caballo, y que en sólo tres
siglos de evolución, no habría podido transformar sus particulares
características morfológicas en las que presentaba el caballo alzado y no
salvaje de las pampas en el siglo XIX.
Si no
había sido la evolución de un animal autóctono, ¿cuál era entonces el origen,
morfología y aptitudes de esa variedad de équidos sudamericanos que en tan poco
tiempo había poblado las llanuras pampeanas y patagónicas?
Descartada
la hipótesis del caballo autóctono, resumamos las vías de entrada de caballos
embarcados en España con destino a América. En 1493, Colón en su segundo viaje
lleva caballos a Santo Domingo que luego pasan a Jamaica. En 1511 Diego de
Velázquez los introduce en Cuba, los que luego pasarán a México y serán la base
de los utilizados por Hernán Cortés en la conquista del Imperio de Moctezuma.
En 1520 Gonzalo de Ocampo los lleva a Venezuela en la búsqueda infructuosa del
imperio de El Dorado, estos caballos serán la base del pequeño, ágil y duro
caballo "llanero".
Francisco
Pizarro conquista en 1531 el Imperio de los Incas o Tiahuantisuyo, llevando
caballos al Perú y Ecuador, Diego de Almagro los incorpora a Chile en 1535; una
de las últimas introducciones fue la de Juan de Oñate en 1597 en California
(que en ese momento formaba parte del Virreinato de Nueva España).
La
génesis del caballo criollo de las llanuras del Plata se atribuye generalmente
a la introducción que realizó don
Pedro de Mendoza, en la primera fundación de Buenos Aires en
1535, mencionándose en sus capitulaciones de 1534 con el rey Carlos V la
obligación de traer 100 yeguas y caballos, registrándose su partida con solo 72
según Ulrico Schmidl y existiendo la mención del padre Rivadanevra, que fueron
sólo 42 las aportadas en ese viaje.
Casi
contemporáneamente, en 1541, Alvar Núñez Cabeza de Vaca había llevado caballos
a Asunción del Paraguay y Diego de Rojas y Núñez de Prado trasladó caballos
desde el Perú hasta el territorio de la actual provincia de Tucumán, en el
Noroeste argentino. Producida la despoblación de la primera fundación de Buenos
Aires, transcurrieron casi cuarenta años hasta que en 1580 don Juan de Garay intenta con
éxito la segunda y definitiva repoblación de la ciudad desde Asunción del
Paraguay.
Garay
había recibido informes para esa época que existían numerosas caballadas
vagando en libertad en las cercanías de Buenos Aires. Como no podía ofrecer a
los nuevos pobladores ni oro ni plata ni encomiendas de indios en una tierra casi desértica,
cubierta solo de pastos y sin ningún bosque, pidió a su superior, el adelantado
Juan Torres
de Vera y Aragón, “hacer merced a los nuevos pobladores, del ganado caballuno
abandonado por Don Pedro”.
Torres
de Vera y Aragón debía muchos favores a Garay, para discutirle unos pocos
caballos, por lo que accedió al pedido. Luego, los pobladores encontraron más
caballos que los pensados y obtuvieron del Consejo de Indias (1591) que se los
eximiera del diezmo real que hubiera correspondido si hubieran sido salvajes,
es decir, autóctonos, lo que obtuvieron iniciándose así la captura de los que
cayeron bajo sus lazos y corrales, los demás se dispersaron. Muerto Garay,
Torres de Vera y Aragón reclamó las caballadas para sí, al conocer su número,
por ser producto de la tierra”.
A él le
convenía que se revisara la teoría que los consideraba caballos abandonados,
abogando por su carácter natural, extremo que nunca pudo ser probado. Los
caballos de Mendoza, más los que luego se dispersaron desde el Paraguay y
Tucumán, son el origen de las grandes manadas de caballos salvajes que a fines
del siglo XVIII asombraban a los viajeros, y que los pobladores locales
denominaban genéricamente como "baguales".
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