A propósito de la última película de Steven Spielberg, War horse,
me ha dado por recordar algunos de los caballos más famosos de la
Historia. Porque este animal ha ligado su devenir al del Hombre casi
tanto como el perro y probablemente más que el gato, sin olvidar otros
como burros, mulas, aves, etc. La última tendencia es usar delfines
contra las minas.
La pega que le ha supuesto al caballo es el haberse visto involucrado en la guerras
que los humanos libran desde tiempos inmemoriales y únicamente desde la
segunda mitad del siglo XX se ha podido escapar de tan desagradable
experiencia. Porque la pagó con mucha sangre; téngase en cuenta que,
según cálculos, en la Primera Guerra Mundial (la que muestra la
película) murieron 8 millones de caballos. Y, en la
Segunda, EEUU y el Ejército Rojo emplearon más de un millón, aunque no
para cargar contra el enemigo; los polacos sí que lo intentaron contra
las unidades blindadas alemanas, con el resultado que cabe imaginar.
En cambio, resulta imposible imaginar siquiera es cuántos equinos cayeron en conflictos
a lo largo de la Historia. Basta pensar en algunas batallas menores que
terminaron con unos porcentajes de bajas de monturas casi iguales a las
humanas: por ejemplo, en Balaklava 500 de los 673
animales que cargaron contra los rusos. Y otras muchas de las que no hay
cifras porque en su época no era costumbre contarlas, como en Azincourt.
La
cosa es más grave de lo que parece a simple vista: los expertos opinan
hoy que buena parte de la culpa de la derrota de Napoleón en Waterloo
se debió a que su caballería pesada montaba animales inadecuados (menos
fuerte de lo que debían para llevar encima un coracero), pero los que a
duras penas pudieron reunir, dado que las continuas guerras habían
exterminado y agotado las cuadras europeas. Por no hablar de la importancia capital del caballo en la conquista de América (mucha más que las armaduras, arcabuces y cañones).
¿Y si se añaden otros animales? Palomas mensajeras quemadas para evitar que cayeran en manos enemigas, perros entrenados por los rusos para que buscaran refugio bajo los panzer alemanes… previamente cargados con explosivos. En ese sentido hay que recordar una esperpéntica anécdota de la Guerra Civil: la de los milicianos que cargaron con dinamita a un burro,
encendieron la mecha y lo enviaron contra la trinchera enemiga; sólo
que, a mitad de camino, el pollino decidió dar la vuelta y sembró el
caos.
En fin, volviendo a lo que decía al principio, como homenaje
se pueden recordar algunos de esos caballos que han alcanzado la
inmortalidad en los libros al unir su suerte a la de sus dueños: Babieca (el Cid), Marengo (el favorito de Napoleón), Palomo (Bolívar), Strategos (Aníbal), Genitor (Julio César), Molinero (Hernán Cortés), Othar (Atila), As de oros (Pancho Villa), Lazlos (Mahoma), Siete leguas (Emiliano Zapata)… Mención especial para el famoso Bucéfalo, a quien Alejandro Magno dedicó incluso una ciudad (Alejandría Bucéfala), Incitatus, nombrado senador por Calígula (y lo tenía propuesto para cónsul cuando le asesinaron) y Comanche, único caballo oficialmente superviviente de Little Big Horn.
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