martes, 6 de marzo de 2012

HERMOSA HISTORIA

“ZARANDEO” UN CABALLO CON SÍNDROME DE CAMELLO




Me gusta recordar a Zarandeo, así se llamaba mi caballo, llegué a quererlo mucho, como compañero y como amigo en la inmensidad de la pampa patagónica. Me fue asignado para mi trabajo; me llamó la atención desde que lo vi por primera vez allá por el año 1965, en medio de una tropilla de hermosos caballos en un potrero de Coyhaique, y no precisamente por lo bonito, o por su color rojizo, fue por su estampa que semejaba la de un camello, porque tranqueaba con el cuello vertical, no era feo, se veía así no por su figura física, sino por la forma de moverse que además al caminar se desplazaba de costado, como bailando de un lado para el otro.

¿Se imaginan un caballo rojo, con el cuello parado, que camina atravesado y bailando?, de todo esto, para mí lo peor era esto último, porque mi trabajo me exigía andar días enteros montado, el hacerlo en un animal de estas características me dejaba los riñones maltratados, terriblemente adolorido, sobre todo de las rodillas, además si no estaba atento me golpeaba la cara con su cabeza, que tanto echaba hacia atrás.

Se sumaba a mi desdicha el hecho de que el jinete, osea yo, no tenía idea de caballos, si advertí los defectos del animal, fue porque eran demasiado evidentes, mucho se divertían mis compañeros durante mi aprendizaje, en tierras de gentes que nacen sobre una montura; los desaciertos y chambonadas que me ocurrían, lo confieso sinceramente, hasta ami me hacen reír cada vez que las recuerdo.

Como aquella vez que buscaba la tropilla en una pampa cercana, sin saber que en primavera los caballos aman la libertad y no quieren regresar a las pesebreras, porque en el campo el pasto, en esa época es abundante, de modo que no tienen interés en la alfalfa seca y el puñado de avena que se les da de ración. Zarandeo tampoco veía ventaja en el trabajo de traerlos a casa, así que a la entrada del potrero se detuvo y no hubo manera de hacerlo avanzar. Después de intentar varias formas, como cuando lo jalaba del cabestro, como un niño mañoso se echaba hacia atrás, prácticamente se sentaba en el suelo haciendo fuerza para no andar. !Aquí vera jinete este matungo desgraciado!, exclamé airado, de un salto me subí y le clave las espuelas, pero el muy ladino, no quería o no entendió lo que yo dije; se boleó, cayó de espaldas, me aplastó una pierna además al pararse me dejó los clavos de su herradura en mi muñeca derecha, para más remate se fue y me quedé tendido en el piso, de allí en adelante corrió arrastrando las riendas con su cabeza de lado, como mirándome y haciéndome idea, lo seguí al trote por medio del pueblo, todos me miraban, que vergüenza sentía, cada vez que me acercaba el muy bellaco se ponía a galopar. Cuando llegué a las pesebreras ahí estaba, me miró volteando la cabeza emitiendo una risa de caballo, que en vez de enojarme me hizo reír.

Lo peor de todo es que no podía cambiar mi sillero, resolví entonces poner mucho ojo en como lo hacían mis compañeros con sus caballos, para saber qué hacer. Pero no descubría nada que me llamara la atención o que me pudiera ayudar, no me quedaba otra cosa que desarrollar mi propio sistema, comencé por dedicarme personalmente a él, le daba tres raciones al día, lo rasqueteaba y lo llevaba a un arroyo donde lo bañaba, le daba de beber, le limpiaba sus herraduras, cuidando que no tuviera ningún tipo de molestia, lo ensillaba cada día con mucho delicadeza, teniendo especial cuidando que la pelera no quedara doblada, cinchándole muy despacio sin apretar demasiado a la salida, luego de dar unas vueltas por el pueblo, lo regresaba a su pesebrera le daba una manzana o zanahoria, lo cepillaba y lo cubría con su capa

Pero más que mi dedicación mejorara a Zarandeo, sucedió que de tanto estar cerca de él, lo fui conociendo, tomándole cariño, aumentando en consecuencia mi paciencia con él, lo que se traducía en pequeños avances que con el tiempo pude darme cuenta que eran grandes logros; como cuando note que al golpear levemente sus patas delanteras con los capachos, comenzaba a tranquear como un caballo normal y al hacerlo más seguido apuraba el paso. De ahí en adelante empecé a agregar a aquello, suaves toques con los talones sin tocar sus ijares con las espuelas.

Me di cuenta que al cambiar, el pobre bruto, su cadencia de marcha ya no levantaba tanto su cabeza, agregué a esto un bajador que con el tiempo fui acortando y créanlo o no, ya se veía como un verdadero caballo y no como un camello, creo que lo había logrado.

Pero, ¿y qué pasaba con el jinete?, bueno el jinete creyó también tener sus avances y fue así que una vez galopando por el campo, vi a unos metros una zanja que atravesaba el camino que me invitaba a saltar, sin pensarlo dos veces me eché hacia adelante en la silla, apreté mis rodillas hincándole las espuelas en los costados suavemente. El animal dio un salto tomando velocidad para salvar aquel obstáculo, pero…. Se detuvo en seco al borde del canal y yo el jinete, salí disparado por encima de las orejas de aquel bellaco, caí sobre mi espalda al otro lado del arroyuelo. Quede allí inmóvil, sin aire en mis pulmones, pero cundo me esforzaba para poder respirar, observé con asombro que Zarandeo no escapó pudiendo hacerlo, por el contrario pasó para donde yo estaba tendido y con el hocico tocaba mi cabeza como animándome a que me levantara.

De allí en adelante me paseaba por la única calle que tenía aquel pueblo, orgulloso con los progresos que había logrado con mi caballo. Zarandeo, había desarrollado un buen paso, un excelente y suave galope, además respondía de buena forma a los movimientos de las riendas. Es una buena bestia, sólo era una pobre remonta cuando me lo dieron a cargo, reflexionaba.

Pero resulta que si uno tiene algo bueno, a veces provoca envidias, lo digo porque una mañana, sin haberlo solicitado uno de mis compañeros, al que llamaban el “huaso”, sacó a Zarandeo de las pesebreras, lo llevó al patio principal, le colocó una montura distinta a la que él estaba acostumbrado, freno distinto y doble cincha bien apretada. Luego ágilmente lo montó clavándole en los ijares violentamente las espuelas argentinas que usaba, lo que pasó a continuación yo no lo vi, pero de lejos escuche claramente el ruido y las risas, más cuando aquel animal pasó cerca de mi dormitorio galopando enloquecido, arrastrando al “huaso” hasta el portón de aquel predio, donde quedó tendido.

Tres días anduve detrás de mi caballo, para sacarle aquella montura y los arreos que arrastraba, no me dejaba acercarme, yo no quería que lo maltrataran, laceándolo o poniéndole las boleadoras, antes de esto me acercaba a él silbándole suavemente y luego tomándole con mi cinturón, lo traía a las caballerizas, donde lo ensillaba para salir al campo. Pero ahora se había transformado en un animal salvaje. Una tarde lo encontré bebiendo en el arroyo aquel donde lo bañaba cada día y limpiaba sus ranillas, miré sus ojos inyectados de sangre, resopló por las narices cuando intenté acercarme para tocarlo, ¿no me aceptaba o no me reconocía?, la verdad es que estaba muy nervioso por lo que pasaba con mi caballo, y creo que él mucho más.

Tuve que comenzar de nuevo con él, sufrió un verdadero trauma con aquello del “huaso”, durante un mes con mucha paciencia logré que me reconociera, más ahora se había transformado en un corcel de un solo amo.

No fueron pocas las aventuras y experiencias que viví junto a este animal, más aún, un par de veces salvo mi vida. Muchos peligros debe enfrentar el viajero que se aventura por aquellas cordilleras, para ello es imprescindible contar con un fiel y fuerte sillero, para sortear montañas llenas de precipicios y engañosos riachuelos que con violencia entregaban sus aguas al rio grande, vadear estos torrentosos ríos de la Patagonia Chilena en que el caballo no puede perder pie como para nadar, porque corre el riesgo de ser arrastrado por la fuerte corriente, a los embudos y remolinos que de seguro lo estrellarían con las grandes rocas existentes en el cauce.

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