miércoles, 16 de mayo de 2012

CABALLOS CRIOLLOS


El indio se hizo dueño y señor de las pampas, gracias al caballo. El hombre blanco, por lo tanto, debía contar con la cooperación del corcel criollo para poder conquistar esa inmensidad “donde la vista se pierde sin tener donde posar”.

La preponderancia del caballo como medio de comunicación y transporte, así como del empleo de la caballería como principal arma de combate en la lucha de frontera, se explica perfectamente si nos atenemos a las características geográficas del escenario, las condiciones económicas del medio ambiente y el carácter de sus habitantes. No podemos olvidar que la zona por la cual luchaba el hombre blanco era un extenso territorio cubierto de praderas donde habían proliferado los caballos y vacas en estado salvaje, creando así una “industria” de la cual tomaban parte indios y criollos. El gaucho, como el indio de las pampas, era “hombre de a caballo”. Familiarizado con su uso se hizo magnífico jinete desde su infancia. El gaucho era por idiosincrasia un guerrero de caballería, su natural instinto y la aptitud de jinete adquirida en sus faenas rurales hacían de él un centauro que el ejército sabía aprovechar.

El miliciano “arrancado de su rancho”, como el soldado de línea era de ese pueblo que había hecho del caballo su complemento para todo aquello que fuera transporte, trabajo y hasta distracción. Sin él se encontraba perdido. Es como un ave sin alas. Apenas se afirma sobre el recado vuelve a recuperar su perdida prestancia y ese algo especial de su personalidad de magnífico jinete.

Una frase ha quedado en la historia como expresión del sentir gaucho ante la falta de su caballo. Es la que, lejos de su lar nativo, resume toda la desgracia del caudillo: “El Chacho” Peñaloza: “¡En Chile…. y a pie!

Esos hombres que siguieron a San Martín, Las Heras, Lavalle, Güemes, Rauch o Rosas, lo hicieron de a caballo y se sintieron consubstanciados con los regimientos que esos hombres dirigían con la maestría de consumados jinetes. La historia registra como los regimientos de caballería se remontaban hasta con redomones recién sacados de los corrales. Es que el gaucho-soldado era además de buen jinete un domador en potencia. Martín Fierro cantaría:

Yo llevé un moro de número,
sobresaliente el matucho!
Con él gané en Ayacucho
más plata que agua bendita.
Siempre el gaucho necesita
un pingo pa fiarle un pucho.

Y haría resaltar su regreso al hogar, a pie… sin la más preciada compañía del gaucho, como lo diría una copla popular:

Mi mujer y mi caballo
se han ido a Salta.
Mi mujer puede quedarse,
mi caballo me hace falta.

Así como el indio de las pampas se convirtió en el más tenaz de los guerreros y el mayor peligro para las poblaciones civilizadas de América, debido al auxilio que para sus correrías le facilitaba el veloz y resistente caballo pampa, así las fuerzas nacionales debieron recurrir a tan eficaz medio, que les permitiría llegar hasta las propias madrigueras del salvaje, a dar el golpe y volver a su guarnición, “malón blanco” que transitaría por las mismas huellas dejadas por el indio en sus “rastrilladas”, cicatriz enorme de la pampa que mostraba el lugar donde se produjera la herida profunda que malones sucesivos habían efectuado en el corazón de esa pródiga campiña bonaerense, al llevarse miles y miles de reses para los aduares pampas o los mercados chilenos.

Muchos escritores han dedicado brillantes páginas al caballo criollo y al caballo pampa del indio, verdadera joya que sabía correr en cualquier terreno y hasta boleado.

No puede dejarse de recordar que en la lucha contra el indio, fue una de las preocupaciones principales de todos aquellos que debieron contar con sus ejércitos para combatirlos, el tener a mano buenas caballadas, no solamente para llegar hasta las distantes tolderías o perseguirlos, sino para el momento de la pelea, que debía realizarse en caballos entrenados para las rápidas maniobras del combate.

Roca le informaba a Alsina en 1875: “…y contraerse a resolver este solo problema, sin lo cual nada se puede intentar: el medio de tener en todo tiempo buenos caballos”. (1)

En los distintos acontecimientos que se desarrollaron en torno a la línea de fortines, el caballo ha constituido el principal factor de muchas victorias o derrotas.

En los últimos tiempos, cuando las distancias a recorrer eran contadas por leguas, hasta el infante debió ser provisto de caballo, para poder sortear el difícil obstáculo de llanuras, lomadas, montañas, ríos y arroyos. Cuando era atacado, desmontaba y formaba en cuadro, haciendo valer la potencia de fuego de sus fusiles. Por eso el bravo milico supo escuchar esta:

Plegaria del caballo de armas

“No. No hundas las rodajas de tus espuelas, en mis ijares sudorosos. ¿No sientes, acaso, mis tirones pidiéndote más rienda? Quiero llegar al enemigo antes que la punta del acero de tu brava lanza.


Afírmate altanero en la silla, prepara el brazo y deja las riendas que yo no he de volver.


Mis ollares olfatean la muerte; pero soy criollo y voy al choque desafiante con el heroico escuadrón, tengo alas en los cascos, que nunca el enemigo vio de atrás y escucha, valiente soldado expedicionario mi relincho cual grito bronco y guerrero de mi raza.


Nada detiene mi ímpetu. Los caídos por la lanza traicionera que apenas hiere pero desangra, sí empañan sus pupilas con lágrimas ¡Interprétalas soldado! Como desesperación, tristeza, pena, al no haber llegado al encontronazo brutal, al crujir de huesos y dientes, a la lanza rota y al nervudo brazo rojo en sangre y al jinete que cae sobre el jinete y al grito y al insulto y al toque de carga repetido, como al mejor homenaje a ti, mi amo, a mis hermanos moribundos, que también mueren por la Patria”. (2)

En cuanto a la mula, se la proveyó en cantidades, supliendo al caballo en el transporte de los elementos necesarios para la vida de frontera. Siendo Roca comandante de las de Córdoba le informa al ministro Alsina que dispone de 500 mulas para enviarle a la frontera bonaerense, lo que da un alto índice de su utilización, pues se entiende que ese número era el sobrante de sus arrias.

En la zona montañosa de Neuquén su uso se hizo más regular, por la fácil adaptabilidad de este équido al terreno montuoso.

En un telegrama del coronel Racedo a Roca el 13 de enero de 1879 le dice entre otras cosas: “Con 600 mulas más, mi División estará pronta para la gran expedición”.

El perro fue el fiel amigo, compañero, guardián y “proveedor” en los momentos de soledad, vigilia y hambre que el soldado debía aguantar durante su permanencia en esos fortines. Durante la noche, su fino olfato y oído eran una eficaz ayuda para detectar a los invasores.

Remigio Lupo recuerda que en su paso por la línea de fortines tendida por Alsina encontró en un mísero fortín a dos soldados:

“…Por qué tienen ustedes aquí esta cantidad de perros? –les pregunté al ver una jauría de perros flacos que por allí andaban- Ellos nos conservan la vida, señor. Hay veces que nos faltan las raciones, y entonces comemos los animales que estos nos ayudan a cazar. Desgraciadamente esta escena de dolor la he visto repetida en muchos de los demás fortines…”

Las fotografías de los fortines los muestran en gran cantidad, y de que también acompañaban a su amo hasta en los ataques lo demuestra el perro que encontró, entre el bosque de caldenes de Malal, al cacique Pincén, que se había ocultado ante el ataque de las tropas de Villegas. (3)

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