El ilustrado historiador jesuita
Joseph de Acosta, destaca que en el Perú “no sólo se habían multiplicado
extraordinariamente los caballos, sino que eran tan buenos como los de
España”. Igual opinión sustentaba el Inca Garcilaso, a quien le
extrañaba “que no se llevaran del Perú a España en los barcos que traían
mercadería a América y regresaban allá vacíos”
Los
caballos que se difundieron por el continente se adaptaron a muy
diferentes climas y condiciones geográficas. Es admirable la manera en
que os caballos peruanos de paso han vencido los retos geográficos que
han debido encarar, como el de los arenales de la costa, el escabroso
terreno de los valles y quebradas interandinos e, inclusive, las alturas
que lindan con las frígidas regiones de la puna.
El desarrollo en condiciones tan
difíciles, llevó al gran conocedor peruano don Carlos Luna de la Fuente a
determinar la existencia de tres tipos de caballos de paso y dos
subtipos: el costeño, el costeño adaptado a la altura, y el andino. De
este último se derivan dos subtipos: el morochuco y el chumbivilcano.
Hay
quienes aseveran que fue en los arenales de la costa norte en donde se
forjó el especial modo de andas del caballo peruano de paso, ya que la
carencia de forraje y las enormes distancias desérticas -en particular
en los arenales de Sechura y Olmos- hicieron que los jinetes viajeros
exigieran constancia y suavidad de el andar sobre suelo blando y bajo un
sol abrasador.
A ello hay que agregar que el
relativo aislamiento del Perú durante el virreinato y la primera época
de la república, por su posición geográfica en la costa occidental de
América del Sur, facilitó la forja de un ejemplar especial, expuesto a
escasos cruces, al que se podía formar sin los cambios e intervenciones
del Estado. Estas sí influyeron, en cambio , en las transformaciones
genéticas de los caballos andaluces, ya que los cruces se rigieron por
disposiciones reales durante más de cuatro siglos.
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